La noche caía cuando abrieron sus puertas dominicas el
templo de San Francisco de Paula. Quien iba a decir, Señor, que la Sangre de Cristo caída en el camino de la cruz bañaría este año el suelo fuera del templo; que este año la hora de encontrarte con tu ciudad llegaría anticipada...
Las verjas lento cruzaron
delante de ti Nazarenos,
viejos cofrades de raza
que hoy la capa no visten,
ni cubre el morado su cara
pero cual si Jueves
fuera
como siempre, te acompañan
por siempre te escoltan y esperan
por siempre te alumbran y claman.
Cruza, Señor, ya tu verja,
sal y atraviesa tu plaza,
tu barrio en la calle espera
a Dios que aún clavado abraza.
Espejo de los dolientes,
consuelo del que atenaza
la cruz de aquel que no puede
llevar ni el pan a su casa.
Dales consuelo, Tú, Padre,
Misericordia clavada,
pues aunque yerto parezcas,
tus labios más que morir hablan,
tu rostro más que caer oye,
conforte es tu mirada.
Ríos de Sangre hecha cera
recorren la calle del agua,
incienso al llegar a Dios Padre:
oración que al Padre se eleva;
que Sangre de Dios se torna
y que empapa las aceras
limpiando las almas de aquellos
que clavan tus brazos y piernas
en ese madero pesado
que torna a madera santera
la tarde de Jueves Santo.
El azahar se intuye ya, apenas;
casi, Señor, pareciera
que al brotar tu Sangre brote
sin querer la primavera,
que, asustada siquiera,
adelantara su venir
por ver a Dios Cristo morir
en las calles de Lucena.
José M. Muñoz
¡Viva el Cristo de la Sangre, Rey y Señor de Santo Domingo¡
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